En ocasiones tuve que ir más lejos de Darkhaven de lo que mi experiencia aconsejaba, y tuve la suerte de encontrar siempre algún compañero mayor del gremio que me acompañara y me fuese explicando los peligros latentes a lo largo del camino.
Cierta vez, al ascender por la ladera desde el fondo de una colina pequeña, llegué al puente sobre un río de aguas turbias. Allí este engendro nos cerró el paso, movido por la codicia. Bastó con darle 500 monedas cada uno para que nos franqueara el paso, pero tanto mi compañero como yo continuamos viaje volviendo repetidamente la cabeza por temor de que nos atacara a traición.
-¿Qué era eso? -pregunté, una vez concluída nuestra misión y ya de regreso en la cantina del gremio, mientras las canciones del bardo nos devolvían la fe en nuestro Dios.
-Eso, hijo mío, es el troll del puente. Siempre que quieras cruzar deberás darle 500 monedas.
-¿Y no puedo atacarlo? -pregunté ingenuamente, llevado por mi impulso juvenil.
Un silencio espeso cayó sobre la sala, adueñándose del salón con las últimas apagadas notas del laúd.
El Rey me dedicó un gesto mudo y severo, mezcla de "Habrá que educar a este joven" y "¿Para qué habremos afiliado a semejante idiota?"
Mi amigo me miró, y sos ojos se volvieron sombríos.
-Nunca -me contestó.
(texto de Yanoshiro)
(...y estas dos imágenes son mi contribución, Gimilkhad el Bardo)
(...y estas dos imágenes son mi contribución, Gimilkhad el Bardo)
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